lunes, 8 de septiembre de 2014

Nadie sabe el bien que tiene

Por Roberto Fernández García

Que las privaciones padecidas por el pueblo de Cuba a causa del bloqueo que desde hace más de medio siglo nos impuso el gobierno de los Estados Unidos es una realidad innegable; y que, hasta hoy, constituye la causa principal de nuestros problemas económicos, nadie que tenga dos dedos de frente y un ápice de dignidad, vergüenza y patriotismo lo puede negar; lo que no quiere decir que no existan muchísimas otras deficiencias de orden interno que incrementan las nefastas consecuencias de ese bloqueo; entre las cuales se encuentra, en primer lugar, el pesado lastre de la burocracia partidista-estatal-gubernamental, que centraliza y concentra en sus manos todo el poder político y económico a los diferentes niveles, y como resultado de su acomodamiento, es la principal generadora del creciente oportunismo y corrupción que, desde hace mucho, se generaliza y nos corroe desde dentro, poniendo en peligro el logro del futuro socialismo.

A todo lo anteriormente expuesto hay que agregar las negativas consecuencias de los errores económicos –producto de la inexperiencia y de copiar lo ajeno– cometidos desde los mismos inicios por la dirección de la Revolución Cubana con la intención de avanzar más rápido hacia la meta propuesta; así como la cadena de consecuencias económico-sociales y político-ideológicas que esto último, unido a todo lo anterior, acarreó para la sociedad cubana actual; secuela que hoy corroe el universo espiritual de una parte cada vez mayor de nuestro entramado social; provocando sus más terribles estragos entre las generaciones menores de cincuenta años.

El largo período de privaciones económicas que, independientemente de los innegables beneficios que la Revolución había otorgado a las clases desposeídas, llegó a limitar la satisfacción de las necesidades siempre crecientes de la población y estancó el desarrollo de las condiciones materiales de existencia de la mayoría de la gente, imposibilitó la evolución de la conciencia social en el relevo generacional que crecía al ritmo de la población; al mismo tiempo que desaparecía en el tiempo la etapa heroica de la Revolución para quedar su recuerdo en la memoria de los sobrevivientes de las gestas patrióticas; mientras el ejemplo de aquella epopeya, con el paso de los años y las prioridades materiales, se convertía en motivo de aburridos discursos, espacios televisivos y artículos periodísticos que la juventud atendía cada vez menos; mientras las necesidades materiales, reales o ficticias, se multiplicaban al ritmo de la propaganda que acompaña a la sociedad de consumo y fabrica cada día nuevas expectativas; sobre todo entre quienes no tienen acceso a ese mundo y desconocen su verdadera realidad; todo lo cual se ha visto multiplicado por la propaganda anticubana del imperio y la que nos hace desde el Sur de La Florida la Mafia Gusano-Americana de Miami.

Así es como hoy tenemos en Cuba una buena parte de la población que no vivió el pasado pre-revolucionario, por lo que solo ha visto, lo que pudiéramos definir, parafraseando a un especialista de la CIA en la década del 70, como "la parte mala del socialismo", caracterizada por las escaseces, las privaciones y los sacrificios; y, por si todo esto fuera poco, agravada en las últimas décadas por el pésimo ejemplo de actuación de la burocracia que, en medio de las desgracias del período especial, disfruta a la vista de ese pueblo de todo cuanto aquel carece, contradiciendo en la práctica la letra de su discurso. Esa parte de la sociedad que sufre el desabastecimiento, al mismo tiempo, ha recibido y recibe, desde no muy lejos y a través de diversas vías, la imagen edulcorada y a todo color del capitalismo; esa escena dulcificada  que solo muestra el oropel de la sociedad de consumo que corona al imperialismo y su modo de vida enajenante, despilfarrador y contaminante; aparentemente fácil de lograr, al alcance de todos, pletórico de felicidad y abundancia material para todos los ingenuos capaces de interiorizar el mensaje, que no son pocos.

Ese es el poster a todo color que –casi siempre de manera inconsciente– trae la inmensa mayoría de los cubanos residentes en el exterior que viajan al país y, sobre todo, los que viven aquí, cuando regresan de sus visitas a familiares residentes en los Estados Unidos y Europa, los cuales casi siempre se preguntan, y le preguntan a los demás, cómo es posible que aquellos países tengan un nivel de vida tan alto mientras  en Cuba estamos tan por debajo y sufrimos tantas carencias materiales; pregunta que, generalmente, el escaso nivel político y cultural les impide responder acertadamente; y es que, entre lo mucho que el desmejoramiento de las condiciones materiales de existencia afectó la conciencia social del cubano de abajo, también se encuentra el desmoronamiento de los niveles de educación moral, patriótica y político-ideológica que este pueblo llegó a alcanzar entre principio de los años 60 y finales de los 80 del pasado siglo.

Lo cierto es que, los que éramos adolescentes en 1959, aquellos muchachos que nos integramos a la defensa de la Revolución siendo apenas unos adolescentes imberbes, ahora nos quedamos boquiabiertos cuando escuchamos por la calle, en la guagua, en la bodega o en cualquier lugar público, a muchísima gente joven y a otros tantos contemporáneos nuestros, alabando lo que vieron o les contaron de cómo se vive en Miami, Madrid, París o Berlín; y culpando al "socialismo" de las necesidades materiales por las que atravesamos en Cuba, sin tener en cuenta los lastres del subdesarrollo, el bloqueo, la Ley Helms-Burton, la de Ajuste Cubano con sus pies secos y pies mojados, todo ello seguido de una larguísima etcétera. Y lo peor del caso es que cuando alguien –como quien escribe estas líneas– intenta explicarles las razones, no solo se molestan, sino que hasta ofenden y lo tildan de loco, de querer arreglar lo que no tiene solución.

Lo descrito en el anterior párrafo más bien provoca decepción y tristeza al comprobar que, en el terreno de la conciencia, simplemente, hemos arado en el mar. Que la formación de aquel hombre nuevo con el que soñábamos décadas atrás, y suponíamos que a estas alturas ya diera sus primeros pasos, no fue más que una quimera, pues en realidad más bien hemos logrado un hombre cultural, educacional e ideológicamente más viejo que el de entonces. Que gran parte de la gente de hoy, sean de las nuevas o las viejas generaciones –gústenos o no– añoran las "bondades del capitalismo" es una realidad que debemos aceptar para evaluarla adecuadamente y enfrentarla de la mejor maneras y poder revertir la situación; pues alarmante es la cantidad de cubanos de todas las edades, con los que nos encontramos a diario que consideran que no vale la pena intentar perfeccionar lo nuestro, pues según la definición popular generalizada, "esto no hay quien lo tumbe; pero tampoco hay quien lo arregle", y casi siempre le recomiendan a quien intenta convencerlos de lo contrario: "Deja el mundo como está, que tú solo no puedes arreglarlo", como si transformar la actual realidad negativa no fuera responsabilidad, deber y obligación patriótica de todos los cubanos.

Los que vivimos el capitalismo y lo recordamos (el que suscribe solo lo vivió doce años; pero fueron terribles y no lo olvidará jamás) cuando escuchamos hablar a estas personas y recibimos la indolencia de sus respuestas al tratar de hacerles comprender su error, recordamos con tristeza aquellos tiempos y, sobre todo, el momento en que, con solo quince años, nos echamos el fusil al hombro para defender esta Revolución, con la convicción de que estábamos desterrando para siempre hasta el último vestigio de la vieja sociedad. Pero, sobre todo, nos alarmamos al imaginar lo que ocurriría si nuestra Revolución, con todas sus virtudes y defectos, dejara de existir porque las jóvenes generaciones desistieran de combatir todo cuanto la está afectando, tanto desde afuera como desde dentro, y permitieran que la mala yerba del capitalismo acabara de invadir, crecer, multiplicarse y envenenar  las conciencias de las multitudes, para retrotraer el destino futuro de la patria a una nueva edición de aquel pasado ignominioso, mucho peor que aquella que dejamos atrás, como les ha ocurrido a tantos otros en otras latitudes. Entonces, cuando los cubanos no tuvieran los beneficios de esta Revolución imperfecta a los que estamos acostumbrados y por eso no nos damos cuenta a veces de lo que realmente valen –aun con las deficiencias e insuficiencias que solo nosotros podemos resolver– sería cuando comprobaríamos la validez de aquel viejo refrán criollo: "Nadie sabe el bien que tiene, hasta que lo pierde".

Varadero, 17 de agosto de 2014.     



 

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