lunes, 29 de febrero de 2016

Diálogos

Por Carlitos

"Si Cuba sigue así será la capital de la unidad", fueron las palabras del Papa Francisco para reconocer la activa labor diplomática de nuestro país por facilitar diálogos imposibles de imaginar años, décadas y hasta siglos atrás: entre las FARC y el gobierno colombiano, entre la iglesia ortodoxa y la iglesia católica, entre los países de la región, entre Cuba y los Estados Unidos. Pero hay una deuda aun por saldar para merecer el elogio de Francisco en toda su extensión: los diálogos internos.

Durante mucho tiempo, el liderazgo y el método de Fidel fueron una fuente natural e indiscutible de consensos. A unos meses de que relegara sus funciones en el Partido y el gobierno, una nueva filosofía de diálogo parecía comprender que la manera de sustituir esa práctica era institucionalizando el debate público.

Asistimos a dos amplios procesos de consulta popular (el debate del discurso de Raúl el 26 de julio de 2007 y el de los Lineamientos), mayor permisibilidad al debate alternativo (especialmente en el campo intelectual – religioso y la blogosfera), más información de la gestión del gobierno y el Parlamento y una cobertura más amplia en los medios a los problemas domésticos (la Mesa Redonda incluyó temas nacionales con periodicidad y apareció Cuba Dice y Cartas al Director de Granma, entre otros).

Pero el impulso inicial perdió fuerza y en no pocos casos hubo retrocesos. Aunque muchos espacios de diálogo han madurado y nos han hecho crecer en los últimos años (especialmente en la blogosfera y algunos nichos de la intelectualidad), tienen insuficiente visibilidad y capacidad para asumir por sí solos los debates necesarios. Desgraciadamente, persiste una dañina segmentación: grupos con distintos roles sociales y militancias interactúan muy poco, alimentando con la ausencia de diálogo entre ellos las sospechas mutuas.

Por su parte, la utilización de grupos de expertos como mecanismo de consulta para la toma de decisiones, si bien representa un avance respecto a épocas en que se daba menor valor al criterio técnico, tampoco puede sustituir por completo el debate público. Y las consultas populares son un buen método de diálogo, pero no el único. Un país de elevada instrucción como el nuestro merece que se confíe en su cultura e inteligencia colectiva.

Cuba necesita un diálogo nacional, amplio, para definir el país que queremos ser, para reavivar esperanzas. Según el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera "una revolución es la esperanza en movimiento".

Necesitamos el diálogo de nuestra izquierda, de nuestras organizaciones, un diálogo más frecuente y directo de nuestros dirigentes con la gente, un diálogo creíble en nuestros medios. Necesitamos que el diálogo no sea cosa de un momento, de un Congreso o de una Ley; el diálogo debe ser parte consustancial de nuestra práctica política.

En este empeño, hay un complejo obstáculo a superar entre muchos: el aun extendido tabú entre no pocos funcionarios, líderes políticos y militantes de que la crítica y el diálogo abierto dan cabida a la inestabilidad política. Bajo la coyuntura de las relaciones con Estados Unidos muchos intentarán frenarlos. Pero la invasión material y espiritual del capital no se contendrá con orientaciones partidistas, sino con la cohesión de la izquierda (militante o no) en sus bases.

Es curioso que el Papa no sugiriera llamarnos capital del diálogo o de la paz, sino de la unidad. Es precisamente el diálogo (y no el cerrar filas alrededor de verdades siempre discutibles) la fuente fundamental de nuestra unidad.

Hoy más que nunca necesitamos consensos para avanzar. Hay un atajo para llegar más rápido y mejor: que una nueva sociedad del debate, con un mensaje claramente inclusivo, sea conducida e impulsada por el Partido.

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