miércoles, 22 de febrero de 2017

Almendrones, entre el método y la realidad

"Para convertir al socialismo en una ciencia, era indispensable, ante todo, situarlo en el terreno de la realidad."

F. Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico.

Por Carlitos

La reciente medida de topes a los precios del transporte privado en la Capital muestra (casi como "experimento de laboratorio") cuánto ha cambiado nuestra sociedad y cuánto deben cambiar en consecuencia las formas de entender la economía y hacer política.

Se tomó una medida con la intención de beneficiar a la población (disminuir los precios del transporte) y, sin embargo, la población salió más afectada y más molesta. ¿Qué pudo haber fallado?

En primer lugar, es preciso hablar de la multiplicidad de factores que "pujan" para formar el precio de los almendrones. Si la cantidad de vehículos (privados y estatales) es la misma, el efecto de cualquier medida que disminuya los ingresos de los almendrones puede ser traspasado al pasajero (en mayores precios, menores viajes, peor servicio). La gente tiene que moverse y, a falta de alternativas, tendrá que aceptar las condiciones del transportista.

Nada ha pasado en la estructura de este mercado que ayude a que bajen los precios. No hay un incremento del transporte público o cooperativo (al menos no significativo) que le haga competencia. No hay nuevos autos en venta (a precios razonables) que permitan incrementar el parque de taxis particulares.

En buena lid, las condiciones de la economía presionan en sentido contrario. Por el lado de la oferta, ha disminuido la asignación de combustible estatal, lo que ha incrementado los precios en el mercado negro (donde se abastece una buena parte de los almendrones). Por el lado de la demanda, el incremento del turismo y el dinamismo del sector privado han hecho crecer la cantidad de "potenciales pasajeros" de la ciudad.

Un nivel de concentración de la propiedad (no sabemos a ciencia cierta cuál) es un motivo adicional para que los precios se resistan a bajar. Sin embargo, bajo las actuales regulaciones tienen el mismo tratamiento (económico, jurídico y hasta sindical) el capitalista (dueño del almendrón) y el trabajador asalariado (chofer). En estas condiciones, se juzga y señala a ambos por igual, cuando sus roles son muy diferentes.

El Estado tiene toda la autoridad para regular el mercado, pero cuando no existen condiciones para establecer determinadas normas, corre el riesgo de que los resultados sean muy distintos a lo deseado. En este caso, no se cuenta con el volumen ni la calidad de inspectores para controlar lo establecido (aunque tampoco sería eficiente), los privados tienen muchas maneras de evadir las regulaciones y el control popular al que se convoca supone niveles de conciencia y responsabilidad social que no son los que predominan luego de años de desgaste de nuestro tejido económico y social.

Una cosa es lo deseable y otra lo posible. La sumatoria de una voluntad (loable, admirable) y métodos inviables es lo que lleva al voluntarismo. Y el voluntarismo resta autoridad a la política y genera irritación. En muchas ocasiones, más que resolver los problemas, los agrava.

Lo posible en este caso es buscar no una, sino un grupo de medidas que permitan atacar el problema desde sus variadas causas. En lo relativo a los topes de precios, lo posible es negociar con los privados y tratarlos como el actor económico que se les dijo que serían. Ello no quiere decir que se haga todo lo que digan. A los privados se les puede y se les debe exigir participación en la solución de los problemas sociales, pero no desde la imposición, sino desde el diálogo.

Cabría preguntarse cuánto hemos interiorizado lo que significa dar mayor espacio al sector privado. El motor que mueve al privado es la generación de ganancias personales. La competencia y la iniciativa individual son un resultado de ello y no al revés. Recortar drásticamente a un privado sus fuentes de ingresos, sin más ni más, es atacar su razón de ser.

En la nueva economía que vivimos, la mejor política es aquella que genera incentivos para que los privados ganen (o al menos no pierdan) cuando la sociedad gana. Contraponer estos objetivos es un contrasentido en el camino por promover esta forma de propiedad. Poner límites y regular es necesario, pero admitiendo a los privados como parte de la sociedad, con sus deberes y derechos.

En definitiva, se trata de una discusión que rebasa por mucho el tema de los almendrones. Una sociedad completamente distinta yace bajo nuestros pies y conseguir nuestros objetivos de desarrollo social (los mismos objetivos y más) solo será posible si usamos métodos que acepten esta realidad. Lo contrario puede sonar romántico y aparentemente consecuente, pero sería más que inocuo, suicida. 

1 comentario:

  1. ?Se podría hacer algo semejante a lo que se hace con los taxis ruteros? A estos se les exige un precio hacia la población, a la vez que se les ofrece combustible , piezas a un precio diferenciado.

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